30/9/09

9 a.m.

Amanece.

Al menos para mi, a veces abrir los ojos al nuevo día no es un acto voluntario que sea de lo mas fácil.

La luz se logra colar por las ventanas cubiertas de periódico. Veo la hora, son las 9:02 a.m. tengo que ir a trabajar y sin embargo eso es lo último que me preocupa.

Mañana será octubre, tengo que decidir el futuro en dos semanas, tal vez no tenga sentido perder el tiempo y simplemente esperar que las cosas se den solas, tal como siempre han sucedido en mi vida.

Escucho el murmullo de las calles, el trinar de los pájaros, la estática absurda de la televisión, los perros en el patio, el camión del gas y allá a los lejos quizás el mar, no estoy seguro.

Intento no moverme, quedarme un rato mas en cama, me duele la cabeza desde hace tres días, el insomnio no ayuda mucho a mi malestar, intento creer que todo es mental y no permito pensar en ello, sin embargo cuando estoy en mi cama sin nada en que pensar, ahí esta presente, lo dejo ir y quiero cerrar los ojos, pero sé que de hacerlo dormiré una hora mas y no puedo darme ese lujo.

Me levanto, un haz de luz cae sobre mis piernas, miro mis manos, blancas con rastros de sangre que parece coagulada, son las mismas manos de siempre, las mismas que siempre me han sostenido y me han abrazado. Levanto la cara y miro hacia ningún punto, recuerdo todas las cosas que aun me faltan por entregar en el trabajo.

Me levanto y abro la puerta, la claridad me llena por completo, me inunda los ojos, me detengo a un lado del espejo, me miro, entrecierro los ojos para reconocerme, ya no soy el mismo de ayer, el tiempo sigue y debería de adelantarme a sus designios, siempre creí en el destino, pero a veces dudo que eso exista, me miro a los ojos y una oscuridad impenetrable es lo único que puedo distinguir.

Sigo el camino hacia el baño, me cruzo con el televisor, acomodo la antena hasta sintonizar la imagen, veo la hora que muestra, son las 9:27. Tengo solo media para desayunar.

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